E
l tema que hoy nos ocupa no estaba en nuestra agenda inmediata; reflexionar e insistir en ciertas materias es a veces agobiante ante gobiernos sordos, económicamente ineptos y socialmente insensibles como el que, por fortuna, se va en pocos días. Tres acontecimientos recientes, sin embargo, hicieron oportuno el tema: la celebración del Día del Maíz el pasado 29 de septiembre; la publicación del estudio de la Universidad de Caen (Francia) sobre el efecto cancerígeno del maíz transgénico en ratas; y el aviso de la naturaleza - no exento de ironía - de que en Nueva Zelanda lograron engendrar una vaca transgénica, pero nació sin cola.
Ningún país que se precia de constituir una Nación se permite perder el control sobre sus recursos y su economía, y mucho menos cede un ápice en los tres sectores hipersensibles y estratégicos: alimentos, agua y energía. Esto siempre lo tuvo claro el México postrevolucionario que inició la modernización del siglo pasado,... hasta que la antipatria tomó el poder en los 80s, y con ella la desnacionalización arrasó en todos los ámbitos de la economía y la degradación de la vida se volvió cotidiana.
En el caso del campo, al sustituir la visión económico-social por el dogmatismo monetario-mercantilista de la globaliza-
ción neoliberal en las últimas tres décadas -reforzada en nuestro caso con la firma del TLCAN en los 90s- se transformó para mal y con una violencia inusitada toda la estructura agropecuaria del país, las prioridades de la producción, los patrones alimentarios y la calidad misma de los alimentos, hecho cuyas secuelas en la salud pública son cada vez más patentes y alarmantes.
La producción insuficiente
Exactamente en sentido contrario a la ampliación productiva de granos básicos que el país requiere, en 2011 y 2012 prevalecen las tendencias reductivas de las superficies sembradas. De los cuatro granos básicos, en este año sólo se sembraron 10.2 millones de hectáreas, 20% menos de las 12.7 millones sembradas en 1995 (Gráfico 1).
A lo anterior se suma (como resultado del abandono estatal al campo en obras de riego, mejora de tierras, insumos accesibles, mercado estable, precios remunerativos,...) una pobre productividad nacional en estos cultivos, cuyos rendimientos se mantienen cuando menos desde hace dos décadas en torno a niveles muy por abajo de lo deseable y de lo posible: unos 650 kg por hectárea de frijol, 5.5 toneladas en trigo, 5.0 toneladas en arroz, y 2.9 toneladas en maíz, cultivo este último que en condiciones apropiadas debería rendir el triple.
El corolario es una brecha cada vez mayor entre una demanda (consumo aparente) de básicos en constante aumento, y una producción de éstos con crecimiento marginal e incluso negativo en el último quinquenio (Gráfico 2). Apenas en 1995 México importaba el 15.7% de su consumo de los cuatro granos básicos; en 2011 importó el 41.8
En carnes el desabasto interno es menos dramático pero también relevante: de la carne de ave consumida en 2011 el 15.3% fue importada, el 13.1 de la de res, y el 38.7% de la carne de cerdo (Gráfico 3).
En huevo el país es prácticamente autosuficiente (su importación es sólo el 0.5% del consumo); no así en el caso de la leche de cuyo consumo importamos en promedio (2000-2011) el 15.5% (Gráfico 4).
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