L
a economía de México está dislocada. Crece lento, con desequilibrios graves y una desigualdad en aumento. Prácticamente en todos los sectores se registran severas rupturas, monopolización, insuficiencias y disfuncionalidades propias de un modelo que no ha sabido conjugar una estrategia interna de desarrollo con una inserción racional en la globalidad.
Todos los países industrializados privilegian sus intereses nacionales y sociales ante lo externo. Su apego al libre comercio y la libre inversión termina siempre donde empieza su conveniencia. En materia de alimentos en particular todos protegen, subsidian y apoyan al máximo la producción interna.
Por el contrario, México camina de espaldas a ese principio elemental de seguridad alimentaria, y subordina acelerada y peligrosamente su alimentación al exterior.
De una razonable autosuficiencia alimentaria hace dos décadas, con la apertura y el TLCAN, México pasó en 2011 a importar el 20.5% del frijol que consume, el 36.1 del maíz, el 61.2 del trigo, el 84.6 del arroz, y el 94.2 de la soya (Gráfico 5).
También importamos ahora el 13.1% de la carne de res, el 15.3 de aves, el 38.7 de cerdo, y el 16.4% de la leche de vaca.
Con su estrecha visión de lucro, el neoliberalismo ha causado una profunda degradación en el campo mexicano. Hoy hay siete millones de hectáreas de cultivo abandonadas según el Congreso Agrario Permanente, y en 2011 importamos productos agropecuarios por 26 mil 475 millones de dólares; en el campo confluyen todas las aberraciones (incluyendo una burocracia exasperante), su potencial productivo es desperdiciado en forma casi criminal, y la precariedad social, aun con los programas asistencialistas se agrava día con día, máxime ahora que Estados Unidos ha cerrado la válvula migratoria y ya expulsa más mexicanos de los que ingresan.
El factor salud
Pero a estos elementos se debe agregar uno más de enorme gravedad y peor descuido relacionado con la salud pública. Con la desmedida importación de alimentos, México ha importado también el peor modelo agroalimentario del mundo: el estadunidense. Un modelo desregulado y permisivo que en aras de la competitividad y la ganancia, ha cerrado los ojos a la calidad y sanidad de los alimentos que produce.
El problema de la contamin-ación alimentaria ya era grave de tiempo atrás con el abuso de fertilizantes, herbicidas, plaguicidas y diversos químicos tóxicos en la agricultura, la ganadería y la avicultura, pero en los últimos tres lustros ha entrado en alerta roja con la irrupción de los organismos y alimentos genéticamente modificados.
Estos transgénicos entran al ciclo alimentario humano tanto en forma directa (pan, harina, tortilla, aceites o verduras) como indirecta al alimentar con ellos (sorgo, alfalfa, maíz) a los ani-males que serán después alime-nto humano; persiste además el agravante de que muchos animales siguen siendo engordados artificialmente con hormonas, esteroides, anabólicos y múltiples sustancias que les aumentan peso, volumen y valor a la ven- ta, pero que son perjudiciales para la salud humana.
Así, tanto por la vía de la im-portación como por la adopción de patrones nocivos de producción agroalimentaria, México está saturado de alimentos insanos.
Cada día hay más evidencias empíricas y científicas de una marcada causalidad entre estos alimentos alterados y/o contaminados, incluyendo los transgénicos, y la proliferación de trastornos y enfermedades fisiológicas, neurológicas, metabólicas y de todo tipo que se multiplican aceleradamente por todo el mundo y en especial en los países que más descuidan sus alimentos, como el nuestro.
La obesidad, por ejemplo, ha sido por décadas un problema grave de salud pública en Estados Unidos, con mucho el país (sin considerar a las pequeñas naciones insulares del Pacífico Sur) con más obesos según la Organización Mundial de la Salud: 44,2% de los hombres y 48.3% de las mujeres en 2010.
En México la obesidad nunca fue un problema masivo hasta hace unas dos décadas cuando se disparó a partir de la apertura de fronteras, la importación a gran escala de alimentos, y la irrupción de empresas y métodos agroalimentarios poco escrupulosos. Hoy la OMS considera obesos al 30.1% de los mexicanos y al 41% de las mexicanas, incluyendo a uno de cada tres infantes de 5 a 17 años, además de la multiplicación de las enfermedades asociadas como la diabetes.
Ahora, científicos de la universidad francesa de Caen han comprobado, además, una alta incidencia cancerígena en ratas alimentadas con maíz transgénico, evidencia que ha llevado a Rusia a prohibir la importación y a Francia a proponer lo mismo a la Unión Europea.
México y la salud alimentaria
Sin olvidar que los enormes rezagos y problemas que aquejan al campo requieren una visión integral en nuestro país, una política de enorme beneficio social y económico que se puede aplicar ya y sin mucho costo es la de Saneamiento Alimentario, consistente en lo inmediato en producir, importar y procesar los alimentos que consumimos (y que exportamos) bajo un estricto criterio de Alimentos limpios / Alimentos sanos que reordene y supervise toda la cadena alimentaria. Sus elementos centrales podrían ser:
1) Un compromiso –sustentado en leyes, normas, reglamentos, supervisión, sanciones y recompensas– con todos los actores del ciclo alimentario.
2) Prohibición absoluta (con disposición amplia de productos y métodos alternativos) al uso en la producción agrícola de químicos dañinos y sustancias tóxicas; esto incluye un saneamiento definitivo de las cuencas hidrológicas del país y medidas severas para preservar de contaminación las aguas subterráneas y los mantos freáticos.
3) Prohibición absoluta de la importación, siembra, comercialización, uso y procesamiento de productos transgénicos relacionados directa o indirectamente con la alimentación humana (ver recuadro).
4) En lo pecuario, normas de observación estricta para que criadores, rastros, industriales y comerciantes de alimentos de origen animal garanticen al consumidor productos con cero tó°xicos, sin alteraciones genéticas o fármaco-químicas, y totalmente sanos. Estos alimentos de alta calidad, además, lejos de perder competitividad internacional serán cada vez más apreciados y demandados.
5) Impulsar en las universidades públicas y centros de investigación el avance biotecnológico a partir de éstos criterios de saneamiento y beneficio humano, de autonomía tecnológica y de respeto al orden genético y las leyes de la naturaleza, o ésta nos pasará la factura como ya lo está haciendo.
6) Potenciar con estos criterios la producción agropecuaria con miras a la autosuficiencia posible y con capacidad exportadora; y en lo externo, buscar con América Latina y países afines acuerdos de integración en producción, desarrollo y seguridad alimentaria.
TRANSGÉNICOS
Rechazar la tecnología transgénica actual no es un capricho ni una necedad. Obedece en primer lugar a razones de salud pública, por los efectos colaterales y por la peligrosidad cada vez más comprobada de los organismos y alimentos alterados genéticamente en humanos, animales y plantas; y en segundo lugar, por cinco razones económicas de enorme peso: 1) la biotecnología transgénica no es libre, la controlan bajo patentes y en forma semimonopólica mundial Monsanto (con el 90% del mercado de semillas), Pioneer, Dow, Bayer y Syngenta principalmente; 2) los transgénicos contaminan y paulatinamente desplazan a las variedades no transgénicas, cancelando así la capacidad futura de reproducción autónoma de cultivos; 3) usarlos sin tener una base tecnológica nacional equivale, por lo tanto, a entregar a las trasnacionales el poder de decisión sobre qué, cómo, cuánto y a qué costo sembramos, en una dependencia alimentaria inaceptable; 4) tal dependencia se extiende al uso forzoso de los fertilizantes, herbicidas y plaguicidas diseñados específicamente por las mismas empresas para sus transgénicos; y 5) porque en el futuro los mercados se cerrarán a los productos nocivos, con alteraciones genéticas y se abrirán para los productos naturales y limpios.
La férrea oposición de diversas organizaciones campesinas, consumidores y especialistas a los transgénicos (y en especial al maíz del cual México es centro y diversidad), así como la sensatez de algunos grupos políticos han logrado hasta ahora semicontener los embates de los monopolios, los intereses agroindustriales y el propio gobierno por abrir el campo a los transgénicos; así, México importa grandes cantidades de éstos, pero los produce en relativamente poca superficie (menos de 100 mil hectáreas), incluyendo algodón (desde 1996), soya (2006), sorgo, y en experimentación maíz y alfalfa (Gráfico 6), por lo que vetar a los transgénicos no es un problema de producción, sino en todo caso de sustitución de proveedores externos.
A los consumidores
Se sugiere ver la Guía de transgénicos y consumo responsable de Greenpeace en: ytusabesloquecomes.org
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