Protesta en Atenas en contra de las medidas de austeridad aplicadas por el gobierno griegoFoto Xinhua
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Periódico La Jornada
Martes 6 de noviembre de 2012, p. 31
Los argumentos en torno a la austeridad han cobrado un fervor casi religioso. Para algunos –como el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, o George Osborne, su equivalente británico–, la política fiscal severa es la cura para la deuda excesiva, y cualquier aligeramiento conlleva el riesgo de revelar una falta de firmeza que genera desconfianza. Para otros, la austeridad actual fabrica su propio fracaso. Tratar de recortar déficits cuando las economías están débiles conduce al estancamiento, sostienen, y a cargas de deuda aún mayores.
Las emociones son intensas y ambos bandos manejan con torpeza las evidencias. Los enemigos de la austeridad señalan un análisis reciente del FMI que sugiere que el impacto económico de la rigidez fiscal en Europa ha sido peor de lo esperado. Los partidarios cuestionan las regresiones del fondo.
Sin embargo, es erróneo caricaturizar la austeridad como buena o mala. Cierto, ha lesionado el crecimiento más de lo esperado, pero en muchos países era menos evitable de lo que afirman los críticos. En la mayoría de lugares la pregunta no es si se deben recortar los déficits, sino cómo hacerlo con prudencia.
Comencemos por la relación entre austeridad y crecimiento. El argumento de que los recortes pueden elevar el crecimiento, común hace dos años, ha quedado desacreditado. La austeridad puede ser expansiva si conduce a una caída brusca de las tasas de interés, pero no ocurre así ahora. Muchos países recortan al mismo tiempo, en tanto muchos hogares buscan reducir sus deudas. En muchos lugares las tasas nominales de interés son cercanas a cero. Bajo estas circunstancias, los recortes dañan la demanda más de lo usual.
Sin embargo, esto no significa que poner el acento en la consolidación fiscal haya sido un error. Muchos países que han sufrido los mayores apretones presupuestales, en particular en la periferia de la zona euro, no tenían otra opción. Los inversionistas rechazaban sus bonos, y sus rescatistas europeos se resistían a aportar más fondos. Otros países con amplios déficits estructurales, como Gran Bretaña, tenían un miedo razonable a sufrir un destino similar. Que los rendimientos de los bonos estén ahora en bajos históricos no significa que fuera tonto trazar el curso hacia el equilibrio presupuestal.
Lo importante es cómo se impone la austeridad y qué otras medidas la acompañan. La experiencia de los dos años pasados abona en contra de los recortes súbitos, y en especial en contra de imponer más restricciones cuando la economía se debilita más de lo esperado. Es mejor contar con un plan a mediano plazo que reduzca gradualmente los déficits subyacentes. En cuanto a otras políticas, la lección principal es que la austeridad causa más daño si no va acompañada de una audaz liberación de efectivo. Ha lesionado más en la periferia de la zona euro, donde los recortes fueron cuantiosos y apresurados y el Banco Central Europeo (BCE) hizo poco por contrarrestarlos.
Por fortuna, pese a la retórica fanfarrona de Schäuble, la restricción en la zona euro disminuye su ritmo. En los planes actuales se prevén recortes equivalentes a un 1% del PIB en 2013, menos que este año. Los políticos se enfocan más en las cifras estructurales del déficit que en las coyunturales. Conceden mayor tiempo a las economías más tambaleantes, como Grecia y Portugal. Sin embargo, no basta con eso. El presupuesto de Portugal sigue siendo demasiado duro; las metas de España son inviables, y el BCE debe aflojar más. Con todo, la política fiscal en la zona euro van en el sentido correcto.
Los riesgos principales están en otra parte. En GB, Osborne aún se aferra a una meta incorrecta: que la proporción de deuda a PIB caiga antes de 2015, lo cual requerirá duplicar la austeridad. En EU amenaza un embrollo aún mayor: un precipicio fiscal
de severos incrementos de impuestos y recortes del gasto se cierne sobre el país. Si el Congreso no actúa, EU caerá en recesión. Para evitar esos males, el mundo necesita una política fiscal conducida por la razón, no por la fe.
Fuente: EIU
Traducción de textos: Jorge Anaya
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