H
ace apenas año y medio se usó el apelativo de tigre azteca para describir las expectativas que había en ciertos círculos financieros sobre México. La referencia directa eran aquellos tigres asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea y Taiwán) que con abundantes flujos de inversión extranjera crecieron de modo notorio entre el final de la década de 1980 y la mitad de 1990.
La evolución de esos tigres originales se normalizó luego la fuerte crisis de 1997, en términos de lo que ocurre en la economía global. La existencia del tigre mexicano ni siquiera se inició. La narrativa de los tigres, animales feroces y temibles, es una más de las figuras que se usan para animar las transacciones financieras, en ocasiones provocando, así, episodios de crisis.
Hay otras figuras menos agresivas como la que inventó Jim O'Neill, del influyente banco Goldman Sachs en 2001 para llamar la atención sobre el potencial de expansión de los países que llamó BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Estas formas retóricas se gastan cada vez más aprisa junto con quienes las proponen.
Ese acrónimo ya está en el cajón de las ocurrencias, y México ni siquiera alcanzó un lugar en aquel BRIC de una fama efímera y modo inefectivo como medio para orientar inversiones duraderas que sostuvieran una expansión productiva y de generación de riqueza. Estos países supuestamente rebasarían en tamaño a mediados de la década de 2027 (nótese la precisión) a las economías del Grupo de los Siete, o sea, las más desarrolladas.
Esto es pura economía ficción. No sirven para nada estas maneras corrientes y burdas de la narrativa económica, sobre todo luego de la profunda crisis financiera de 2008. Y nosotros, ni BRIC ni tigre. Los resultados económicos de 2013 estuvieron muy por debajo de la oferta del nuevo gobierno y de las expectativas de los grandes bancos y fondos de inversión. En 2014 las cosas no cambian.
La razones ya se han discutido y se centran en esencia, según la explicación oficial y de muchos analistas, en el mal ejercicio del gasto público. Pero, según se ofreció, las reformas aprobadas al vapor por el Congreso en la segunda parte del año pasado habrían sentado las bases para un renovado crecimiento. En cambio, la economía sigue atorada sin fuerza interna para que haya una recuperación apenas relevante. Ahora se apuesta a la implementación de la reforma energética como el detonador del crecimiento y para revivir algo que se asemeje al tigre azteca.
No perdamos de vista al respecto lo que está ocurriendo con la etapa de gestión de las reformas mediante las leyes reglamentarias que produce el mismo Congreso y con los mismos métodos. Basta con mirar el caso de las telecomunicaciones para advertir que una cosa son las reformas legales y hasta constitucionales como las que se hicieron, y otra, muy distinta, cómo acaban ejecutándose realmente.
Miremos la interpretación oficial de la incapacidad de crecer de la economía mexicana. Esta ofrece no sólo elementos de discusión, sino un ejemplo claro de la narrativa en el caso de las políticas públicas. El anuncio de política monetaria del Banco de México (marzo 21, 2014) dice a la letra que todavía no se observa una clara recuperación de los diferentes componentes de la demanda agregada, mismos que se estima se habrían visto afectados en los últimos meses, principalmente por fenómenos transitorios
. Esos componentes de la demanda agregada son, para ponerlos en vernáculo: el gasto privado en consumo e inversión, el conjunto del gasto público y las exportaciones. Es decir, toda la economía.
Para el banco central no hay factores de índole estructural que limiten la capacidad de crecimiento del producto y del empleo. Con la sola estabilidad financiera parece suficiente para superar tales fenómenos transitorios. Sería conveniente aclarar hasta cuándo unos fenómenos son transitorios. Este es un modo de argumentación bastante cómodo, sobre todo porque la estabilidad macroeconómica tan mimada no ha sido, desde 1996, una condición suficiente para que la economía crezca.
Concluye el anuncio que se considera que en el margen el balance de riesgos para el crecimiento de la actividad económica no ha mejorado de manera notoria
. De esta forma, es más lo que se elude que lo que se dice.
En otro documento público del Banco de México que trata de los retos para el crecimiento (marzo 12, 2014) se señala que desde 1980 la expansión económica ha sido modesta
, en promedio anual sólo 2.5 por ciento, que los niveles de inversión –única forma de generar riqueza– son relativamente bajos, en promedio 20.54 por ciento, frente a 39.9 en China, 32 en Indonesia y 22.8 en Chile. Esto es más bien una insuficiencia de inversión absoluta y crónica. Para acabar se dice que la productividad ha caído de modo constante desde 1980 (2 por ciento entre 1981 y 1990 y 0.7 de 1991 a 2011). Dónde termina, entonces, lo transitorio y empieza lo duradero.
La conclusión es clara: no hay fuentes internas de crecimiento y eso no es de ningún modo transitorio, sino estructural. Se elude lo evidente y se evita actuar en consecuencia. Las reformas recientes por sí mismas no son suficientes si el ejercicio del poder político y económico no se transforman de tajo. Mientras, le daremos vuelta a los eternos retos que no se superan, a los eufemismos y a una narrativa que no lleva a ninguna parte.
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