E
n cualquier momento serán aprobadas las leyes de la reforma energética. El 4 de junio las comisiones unidas de Energía y de Estudios Legislativos Primera del Senado acordaron que prepararían y presentarían cuatro dictámenes entre los días 10 y 23 de este mes. Así, a más tardar mañana debieran presentarse los dos que faltan. En la página del Senado ya hay dos: 1) Iniciativa de Ley por la que se expide la Ley de Hidrocarburos, y se reforman diversas disposiciones de la Ley de Inversión Extranjera; Ley Minera, y la Ley de Asociaciones, Público Privadas; 2) Iniciativa de decreto por el que se expide la Ley de la Industria Eléctrica. Iniciativa de decreto por el que se expide la Ley de la Industria Geotérmica, y se adicionan y reforman diversas disposiciones de la Ley de Aguas Nacionales.
Al rato encontraremos dos más: 3) Iniciativa de decreto por el que se expide la Ley de Petróleos Mexicanos y la Ley de Comisión Federal de Electricidad, y se reforman diversas disposiciones de la Ley Federal de Entidades Paraestatales; y la Ley de Adquisiciones, Arrendamientos y Servicios del Sector Público y servicios relacionados con la mismas; 4) Iniciativa de decreto por el que se expide la Ley de Órganos Reguladores Coordinados en Materia Energética, y se reforman diversas disposiciones de la Ley Orgánica y de la Administración Pública Federal; Iniciativa de decreto por el que expide la Agencia Nacional de Seguridad Industrial; y de Protección al Medio Ambiente, del sector de hidrocarburos. En el caso eléctrico (que me ocupa, aunque advierto con temor los términos de la legislación de hidrocarburos, básicamente por la liberalidad con la que se maneja el delicado asunto de los costos de producción de crudo y gas, que determinará el todavía más delicado monto de excedente petrolero (renta básicamente) que debe ir al Estado mexicano), entonces, sigo, en el caso eléctrico se aprobarán las leyes de la Industria Eléctrica, de la Industria Geotérmica, las modificaciones a la de Aguas Nacionales y, todavía sin dictámenes, la de la Comisión Federal de Electricidad y la de los órganos reguladores en energía.
No obstante, ya podemos advertir la enorme complejidad en este terreno. Permítaseme hoy sólo referirme un poco más al sensible asunto de los precios de electricidad, los que –a decir del gobierno– deberán bajar. Tengo enfrente dos documentos oficiales: 1) estudio sobre tarifas eléctricas y costos de suministro de 2008 de la Secretaría de Energía (Sener) y ordenado por el Congreso para el ejercicio fiscal de 2008, con la intención de analizar su congruencia y, eventualmente, su ajuste; 2) cuadros de Tarifas y relación precio-costo de energía eléctrica por sector de consumo, del Primer Informe Presidencial de este sexenio. En el primer documento se presenta una muy importante serie de conclusiones (doce) que, en síntesis y luego de explicar la complejidad y la heterogeneidad tan grandes a este respecto, asegura que las tarifas domésticas, agrícolas, de servicios públicos e industriales en media tensión, están por debajo de los costos de suministro y contienen subsidios. Y que las demás (comerciales e industriales en baja tensión, e industriales en alta tensión, JARN) superan los costos de suministro los que –por cierto– se determinan con base en la contabilidad anual de los organismos del sector. Sin embargo, en los cuadros del Informe Presidencial –con datos a junio de 2013– se asegura que a nivel global, los usuarios del sector eléctrico aportan 74 por ciento de los costos contables. Y que el monto del subsidio eléctrico –del que, por cierto, no sólo no se dice nada, absolutamente nada, sino que ni aparece el término en la nueva Ley de la Industria Eléctrica del Segundo Dictamen del Senado –alcanza cerca de 9 mil millones de dólares. Acaso un poco más si consideramos –como aseguran los documentos oficiales– las aportaciones de los usuarios que pagan por encima de su costo.
En el caso de pequeños comercios e industrias –para sólo dar un ejemplo– no es menor a 300 millones de dólares. De manera más específica y con estos mismos datos oficiales, hay que decir que, en promedio, los consumidores residenciales apenas pagan 37 por ciento de su costo contable. En buen romance significa que una disminución de tarifas exigiría que el nuevo costo de producción fuera –al menos– 36 por ciento de ese costo contable. Así los precios bajarían un poquitito: 2.7 por ciento. Pero, ¿sabe usted dónde o cómo se podría lograr ese descenso de costos? El informe de tarifas de Sener lo muestra. El costo del suministro residencial se compone en 56 por ciento de los costos de generación. Un 10 por ciento por la transmisión en alta tensión. Un 17 por ciento por la distribución. Finalmente, 17 por ciento por la comercialización. La suma de esos componentes da –evidentemente– ciento por ciento del costo.
Una baja de costos de 100 a 36, es decir, un descenso de 64 por ciento tiene que provenir de descensos en una o en todas las partes del costo. Se dice que provendrá de una generación a gas natural, en lugar de la tradicional a derivados del petróleo. Eso será posible si el marcador de precios en el nuevo esquema del mercado eléctrico mayorista es, evidentemente, el gas natural. Siempre y a todas horas. Lo que, evidentemente, supone hundir
(no utilizar más o retirar) los equipos de generación a combustibles más caros
como el combustóleo (una carga financiera fenomenal). Y, asimismo, dejar libre el despacho eléctrico
para que el costo horario de referencia sea determinado por un gas natural que no sólo se conserva bajo, sino en una baja relación de precio con el combustóleo y el diesel.
Todo esto para decir que al menos para el caso del sector doméstico –se pueden analizar de manera similar otros casos– la baja de tarifas será muy, pero muy difícil. Y de darse será raquítica. Y eso advirtiendo –como lo hacen a manera de lamento expertos uruguayos ante su propia experiencia– que el mercado por sí mismo pueda no conducir a resultados adecuados. Pero esto, junto con otros aspectos de la reforma energética, se podrá discutir en el Senado en 15 minutos, antes de mañana, o de pasado mañana, que no es lo mismo, pero –dice Perogrullo– es igual. De veras.
antoniorn@economia.unam.mx
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