N
o se puede menospreciar el descenso de precios de petróleo. Pero es necesario observarlo en perspectiva para imaginar las alternativas que pudieran presentarse en los siguientes meses, incluso años. En estos días he escuchado que pudieran pasar semanas, meses, años, incluso décadas de precios bajos. A reserva de que se aclarara qué quiere decir bajos y –alternativamente– qué quiere decir altos, permítaseme decir que no estoy de acuerdo. Sólo con el descubrimiento de nuevos yacimientos de bajos costos, un cambio tecnológico radical o la sustitución del crudo en la mayoría de los usos actuales –prioritariamente transporte– permitiría pensar en ello. Pero no del todo. Recordemos por favor que hace apenas seis años hubo un descenso drástico –incluso desplome– del precio internacional del crudo. De julio de 2008 a enero de 2009, el precio de la canasta de crudos importados por las refinerías en Estados Unidos descendió 91 dólares en términos de su promedio mensual. De 127.77 a 36.84 dólares por barril. A nivel de las cotizaciones diarias el descenso fue de poco más de 100 dólares, de 146.08 a 37.20 dólares del 3 de julio de 2008 al 24 de diciembre de ese mismo año, para el barril del marcador Brent.
¡Escandaloso! ¡Terrible! Era la afirmación más común que se escuchaba y se leía, a inicios de 2009. Hoy también. Y de manera similar a lo que se discutía en 1981 y 1982, así como durante el largo periodo de seis años (enero de 1986 a enero de 2002) en que se registraron promedios de apenas 20 dólares por barril, los análisis se orientan a señalar o adivinar
el famoso piso
que deben registrar los precios internacionales del petróleo. Pero lo cierto es que solamente en 1998, la factura petrolera –estimada con el precio de los crudos importados por Estados Unidos– ha sido inferior al uno por ciento del producto mundial. Y solamente en 1980 y 1981 ha alcanzado cerca de 7 por ciento de dicho producto. Ya corrió mucha agua bajo el puente.
Pero regresemos al debate. ¿Qué determina ese famoso piso? El asunto no es trivial. Ha sido objeto de análisis siempre. Incluso hoy. ¿A qué nivel de precio –se dice– los saudíes podrán vencer a los productores de petróleo shale de Dakota del Norte y de Texas? Recordemos que en estos momentos las cuencas de Eagle Ford (Texas) y Bakken (Dakota del Norte, Montana y Saskatchewan en Canadá) representan una nueva producción estadunidense cercana a los 3 millones de barriles al día. Para ello explotan poco más de 5 mil 600 pozos con el famoso y controvertido fracturamiento hidráulico (fracking) y la perforación direccional (directional drilling). Por lo demás, se trata de pozos de altos costos y tasas aceleradas de declinación. Por ello, los incrementos netos de dicha producción requieren un ajuste casi mensual del número de equipos de perforación. Y, evidentemente de los costos. Se estima –también hay debate– que Eagle Ford y Bakken llegarán a su máxima producción en dos o tres años (5 a 6 millones de barriles al día) y que luego declinarán. Lo cierto es que en estos momentos y con estos nuevos yacimientos y nuevos métodos, la producción estadunidense de crudo se acerca a más de 9 millones de barriles diarios. Si a esos nuevos yacimientos de petróleo shale sumamos los tradicionales, Dakota del Norte y Texas hoy representan la mitad de todo el crudo producido por nuestros vecinos. Y las nuevas producciones de shale, cerca de la tercera parte de ese total.
En 2011 apenas producían poco más de 500 mil barriles al día. Contrastan con los 3 millones de hoy. Y se estima que a los precios actuales puede seguir creciendo la producción. Sólo a unos 50 dólares por barril podrá frenarse el incremento de la producción del petróleo shale, lo que –a decir de varios analistas– determina el piso. Esto significa que el famoso y debatido piso
se determinaría por la evolución de los costos de producción de Eagle Ford y Bakken. En contraparte, es secreto a voces que los yacimientos saudíes –en general todos los yacimientos árabes– tienen muy pero muy bajos costos. En consecuencia, son capaces –como lo han demostrado en otras ocasiones– de afrontar una guerra de precios para alcanzar el piso de referencia, luego de la cual las cotizaciones irán elevándose en cierta relación con la evolución de la demanda. Digo cierta relación porque el mundo de la especulación hace desastres, como haber enviado los precios a casi 150 dólares por barril en el verano de 2008. O haberlos tirado
a 20 dólares entre 1986 y 2002. Todo por el financiamiento de las materias primas, el petróleo entre ellas, convertidas en lo que mis maestros identificaban como reservas de valor
y objetos de especulación
. Lo cierto es que el debate seguirá y que pronto tocaremos ese piso que nos permita regresar a una cierta estabilidad de precios. Modestos… relativamente bajos… ligeramente superiores a los 50 dólares para nuestra mezcla de exportación. Y que subirán conforme se reactive –también poco a poco– la economía mundial, muy dependiente hoy del futuro próximo de China y de la India. Hasta llegar a cubrir los costos del barril de crudo más caro que la demanda mundial requiere hoy, el que ronda 80 dólares por barril.
Este panorama ya es un problema para un país como el nuestro donde no se cobran impuestos más que a los asalariados. Sí, un país donde la tributación no petrolera no supera 11 por ciento del producto. Y se agrava por la compleja situación social que vivimos. Tendremos, pues, dos o tres años económicamente austeros y muy difíciles. Que exigen mucha astucia y mucha prudencia, virtudes que no caracterizan a los personeros gubernamentales de hoy. Por eso el debate y las propuestas sociales son imprescindibles. Y la criminalización del reclamo social, imperdonables. De veras.
antoniorn@economia.unam.mx
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