P
or ahora no me refiero a la tormenta que azota a la economía. La metáfora climática es ilustrativa. Empiezo, en cambio, por considerar otra acepción de ese término: lo que pasa con el tiempo, lo que no es eterno, según dice el diccionario.
Conforme a ciertas interpretaciones oficiales y profesionales sobre lo que ocurre, por ejemplo, en materia de aumento de la inflación, devaluación del peso, apocamiento del consumo e inversión, déficit fiscal y deuda pública, o la insuficiente creación de empleo, se trata todo ello de asuntos temporales.
Esta versión de los hechos y, sobre todo, de los procesos que están detrás de ellos es cómoda. Sugiere que es cuestión de esperar para que pase el mal tiempo. ¿Y luego? ¿Existe algún escenario previsible para cuando pase el temporal que es temporal?
No se vuelve nunca al estado del cual se partió. Eso es imposible por el mero paso del tiempo. La segunda ley de la termodinámica y el aumento de la entropía. En 1971, Georgescu-Roegen publicó la ley de la entropía y el proceso económico, pero tales consideraciones no se acomodaban con las teorías económicas y las políticas públicas que se derivaban de ellas.
Así que cuando se plantea la temporalidad de las fluctuaciones, habría que preguntar: ¿de cuánto tiempo se trata? Y ¿en qué estado se hallarán después las partes que conforman el proceso económico?
Lo que pasa con el tiempo puede referirse a una noción cosmológica y entonces resulta irrelevante para nosotros, meros humanos mortales. Pero si se mide en términos del plazo de nuestra breve existencia, entonces puede ser sumamente largo. Para muchas generaciones de mexicanos este ha sido el caso: se cancelan las oportunidades de educación, de preparación y el horizonte de las posibilidades de trabajo, patrimonio y hasta del ocio entendido como parte de la vida y no como destino. En este caso no hay siquiera el consuelo de un paraíso esperando y donde se hallaría una vida mejor.
Los economistas ortodoxos conciben los fenómenos sociales conforme a la ley de la gravedad de la física clásica. La oferta y la demanda en el mercado hacen que los precios tiendan a un equilibrio jalados por una fuerza, como es la de la gravedad. Como los ajustes son por precios o cantidades, los modelos tienden a cuadrar. Es más complicado aplicar al intercambio generalizado en el mercado y a sus mecanismos de ajuste otras de las leyes newtonianas asociadas con el movimiento, como es el caso de la fricción y, de modo más amplio, la entropía.
Pero es a la fricción y a la degradación de la energía utilizable a las que están sometidos los mecanismos de la producción y el intercambio, y en nuestro caso aquellos que ocurren en el entorno del capital, las mercancías y del dinero. Los eventos que se toman por temporales pueden serlo en sí mismos, pero sus consecuencias son mucho más duraderas. Los criterios con los que se aplican las políticas públicas y sus repercusiones en la creación de riqueza o en el monto y la distribución de los recursos y los ingresos entre los grupos sociales y los individuos tienen efectos duraderos. Las meras cuentas, balances y mediciones diversas pueden encubrirlos. No debe pasarse por alto que todo esto es además un asunto eminentemente político y que las decisiones, las leyes, normas, regulaciones y demás que se aplican desde el Estado no son neutrales.
Desde el último punto de vista convencional la crisis de 1994 fue temporal, pero la pérdida de energía social provocó alteraciones de largo plazo que aún persisten, como es el caso de la estructura financiera. El efecto de la liberalización comercial y su impacto en la estructura productiva derivó en un lento crecimiento crónico de la producción y con episodios recurrentes de crisis. Los mismos procesos son temporales desde una perspectiva y persistentes desde otra. La distribución de los costos y beneficios es sumamente desigual entre la sociedad.
No hay mucho espacio en las consideraciones económicas convencionales para tratar las fricciones en los mercados y sus manifestaciones concretas en las condiciones de bienestar de las familias, en la rentabilidad de la mayoría de las empresas, el trabajo y la distribución, y apropiación del excedente por agentes privados y el mismo gobierno.
Decir que los efectos de las condiciones económicas en general y, en particular, las que ocurren en episodios de inestabilidad, volatilidad o, de plano, de crisis son temporales, es una proposición carente de contenido. Lo temporal, así formulado, suele provocar un modo de rearticulación de las relaciones sociales, que cambian o aparentan cambiar sólo para acabar siendo iguales o aún más rígidas.
En cuanto al temporal que se abate sobre esta economía, cabe preguntar si funciona el servicio meteorológico de los departamentos encargados del clima. Aquello que se ha podido prever se descompone notablemente; lo que viene de fuera golpea con gran severidad sobre un terreno que es más endeble de lo que se creía en esos despachos.
Sólo puede concebirse como temporal esta situación si se excluye la fragilidad estructural que se ha reproducido desde hace años en materia humana, material y financiera. Una fragilidad de la sociedad en su composición y minada cohesión.
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