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arcía Márquez habría escrito una magnífica crónica de la inestabilidad anunciada que padece esta economía. Meses antes de que cambiara la cabeza de la Reserva Federal (Fed) en febrero de 2014, se anticipa y especulaba con las acciones que se tomarían para normalizar la política monetaria del dólar. Era claro que para México eso provocaría grandes fluctuaciones financieras. El Banco de México lo exponía así de modo abierto en sus análisis, lo que no quedaba tan claro eran las posibles medidas compensatorias, si es que las había y cuál sería su efectividad.
La normalización, que aún no está en pleno curso, comprenderá esencialmente el alza de las tasas de interés. Estas se han mantenido muy bajas desde la crisis de 2008 con la fuerte intervención de la Fed para acrecentar la cantidad de dinero, evitar la paralización de las transacciones económicas y, además, como medida para estimular el gasto.
Apenas más de seis años después la economía estadunidense da muestras de recuperación, aunque los signos no son aún definitivos como dejó en claro la presidenta de la Fed recientemente al comparecer ante el Congreso.
Esa intervención masiva en el mercado de dinero, que se conoce como expansión cuantitativa
, provocó varios tipos de distorsiones en los mercados, asignando los recursos de modo desigual y ventajoso para algunos agentes. Los bancos comerciales se recuperaron de las consecuencias de la crisis, ciertas empresas registraron un crecimiento enorme en el valor de sus acciones, los países emergentes recibieron grandes flujos de capital para aprovechar los mejores rendimientos, sobre todo de la deuda pública.
Pero el caso es que el mercado laboral exhibe todavía debilidad en su tamaño y estructura, el gasto de consumo de las familias aún no se repone, y la inversión de las empresas medianas y pequeñas sigue a la zaga. Estos espacios son clave para un tránsito efectivo a una nueva fase expansiva del ciclo económico, lo que ocurre de modo discordante con las condiciones que existen en la Unión Europea y Japón.
La revalorización del dólar en los últimos meses aunada a la eventual subida de las tasas de interés generan cada vez una mayor inestabilidad en México. Una clara muestra de ello es la fuerte y rápida depreciación reciente del peso frente al dólar.
El hecho de que la depreciación de las monedas esté ocurriendo de modo generalizado en el mundo no es un argumento sustentable, pues vivimos en un barrio del sistema universal. Tampoco ofrece una postura con respecto a cómo se administrarán las nuevas condiciones y qué escenarios se desprenden de esta nueva inestabilidad que apenas comienza. Los capitales foráneos invertidos aquí saldrán sin remedio, acrecentando las presiones fiscales y financieras.
Un paso de las autoridades hacendarias y monetarias para enfrentar la depreciación del peso fue ampliar la oferta de dólares usando las reservas internacionales. Pero en el entorno vigente esto sólo propicia una fuerte salida de capitales pues persiste una fuerte desconfianza, condición que determina las medidas de la política económica en el marco de una gran volatilidad.
Ya hace unos meses la inestabilidad fue provocada por la abrupta caída del precio del petróleo. El golpe es muy difícil de absorber en esta economía por la gran dependencia de los ingresos del gobierno con respecto al crudo. Esto llevó a un recorte del gasto público este año, cuyas consecuencias serán más relevantes de lo que podría suponerse. Así lo apunta el hecho de que ya se esté hablando de otro recorte, incluso de mayor calado para el año entrante.
En este panorama, Pemex ha cargado con una fuerte caída de su presupuesto. Cabe preguntar si esa empresa es aún viable en la medida en que sus ingresos se desplomaron y su capacidad de gestión es, si no prácticamente nula, sí sumamente ineficaz.
El tema del petróleo es significativo. Los análisis más convencionales sugieren que la abrupta caída de los precios habría sido una situación inesperada. Pero esto es poco admisible si se considera que ese es un mercado muy vigilado con mucha información sobre lo que se produce, los movimientos de los inventarios, las fluctuaciones de la demanda y las tendencias de los precios con mecanismos complejos de cotizaciones de futuros y de coberturas.
Los grandes productores árabes de la OPEP tenían una estrategia frente a esta caída y a diferencia de otras crisis petroleras no han reducido su producción para forzar el precio al alza. En cambio muestran una clara actividad para usar sus ingresos petroleros cambiando su inventario de activos su valorización fuera de un producto perecedero y cuyas rentas tienen una tendencia menguante.
Esta forma de actuar está ausente en México donde la acción gubernamental es eminentemente reactiva. Ahora se pone en un mayor cuestionamiento la lógica económica y temporal de la reforma energética, y se exhibe el límite de una estrategia que se presentó como clave para apuntalar la modernización del sector y el crecimiento del producto.
La depreciación de la moneda no siempre provoca más debilidad, pero es, sí, una muestra inapelable de la debilidad de la economía. No hay ventaja visible de la depreciación del peso. Los costos de producción se elevarán con un efecto adverso en la inflación y las exportaciones no responden demasiado pues están en gran parte denominadas en dólares. Se esperará, otra vez, a que se apuntale la recuperación en Estados Unidos para aminorar las consecuencias de esta nueva crisis.
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