E
n House of Cards (HoC), Frank Underwood, un despiadado y hábil político, deja un reguero de cadáveres reales y virtuales en el camino hacia el poder presidencial.
House of Cards es la popular serie originalmente británica y luego presentada en tres temporadas, hasta el momento, en ambientación estadunidense. Underwood, un congresista demócrata encargado de disciplinar a la mayoría parlamentaria, es el principal personaje.
Después de ganar las elecciones, el presidente Garret Walker informa a Frank, por conducto de Linda Vasquez, jefe de gabinete, que el acuerdo de nombrarlo secretario de Estado no podrá concretarse. Frank, sintiéndose traicionado, comienza una elaborada estrategia junto con su esposa Claire –detrás de todo gran hombre, hay una mujer con las manos ensangrentadas
–, que se desarrolla en las dos temporadas, en contra de Walker. En la segunda, Frank logra colarse como vicepresidente y luego, complotando sistemáticamente contra el mandatario, contribuye a colocarlo en una situación cercana al impeachment, que Walker elude, renunciando, y en consecuencia abriéndole las puertas de su paraíso deseado: la presidencia.
Ya el año pasado Ian Crouch del New Yorker, comentaba que House of Cards tiene por tema central el desprecio hacia políticos, operadores y periodistas. Expresa un profundo desprecio a las reglas y al estado de derecho porque el argumento central gira alrededor de cómo burlar las leyes y cómo traicionar acuerdos políticos
.
Me pareció entonces, y ahora, que el mensaje es más devastador. Tras las campañas antipolítica y antipolíticos se esconde una incitación a defeccionar de la participación ciudadana. Es decir, deja que los Underwoods del mundo gobiernen y con ellos los poderes reales.
Esta tercera temporada es lo mismo pero en cámara lenta. Con un obvia diferencia. Llegado al poder presidencial se da cuenta de que tiene poco poder. De ahí una de las pocas citas citables: La presidencia es la ilusión de poder elegir
.
La novedad es que ahora no necesita aventar a sus opositores a un carro del Metro en movimiento, sino que usa drones. La decisión sobre si el Ejecutivo debe o no recurrir al expediente de la seguridad de Estado en la comparecencia de la procuradora general ante la Corte Suprema permite reconocer en Heather Dunbar a su potente opositora en la elecciones primarias, a la autora de otra frase celebre –¿Así es como vives tu vida, haciendo que lo obsceno sea apetecible?
–, pero, sobre todo, permite el debate –diría central– de esta tercera temporada de HoC. Uno de los magistrados pregunta: Pero, ¿qué evita el abuso del poder?
Dunbar responde que es exagerado el temor a un Ejecutivo fuera de control. El presidente no puede legislar, no puede definir los destinos de los dineros públicos, no puede encarcelar añade, y además tiene fuertes incentivos políticos y electorales para actuar conforme al interés público. Todo lo cual Underwood viola, dando una prueba más del ejercicio de la democracia delegativa a que se refirió el politólogo Guillermo O'Donnell.
Pero estamos en la teleserie HoC. La figura y las escenas donde aparecen el presidente ruso Petrov son tan absolutamente kitsch pero actuales que les dedicaré mi siguiente entrega.
Termino estos comentarios enumerando las tres escenas de sexo sin sexo –cuando Claire decide montar, cuando el novelista famoso casi la arranca la nariz al presidente de un mordisco y el intento fracasado de sexo salvaje– para concluir que la frase que preside todas las temporadas de HoC es: Todo tiene que ver con el sexo. Salvo el sexo, que tiene que ver con el poder
.
¿Y qué tal si en la cuarta temporada –perdón por ser un potencial spoiler– Claire convence a su marido, el presidente Underwood, de que se baje de las primarias y en su lugar sea ella la que enfrente a la Dunbar en las primarias demócratas? Mmm, ¡mujer, rubia y esposa de un presidente en 2016!
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